Retobado de barro y de paja brava,
insociable, huyendo del camino,
no se eleva, se agacha sobre la loma
como un pájaro grande con las alas caídas.
Gozando de estar solo,
y atado a la tranquera, a ras de tierra,
por el tiento torcido de un sendero,
se defiende del viento con el filo del techo.
Su amigo es el chingolo;
su centinela gaucho el teruteru.
Por la boca pequeña de una ventana
apura el mediodía en un solo bostezo.
De mañana despierta con el canto de un gallo,
y de noche se duerme con el llanto de un niño.
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En los atardeceres en que se pone triste
revisa sus recuerdos de un vistazo hacia adentro
y encuentra cuatro fechas que lo hicieron vibrar;
cuatro fechas que son
los puntos cardinales de su emoción:
una boda, un velorio, un nacimiento
y una revolución.
Cuando se quede solo, sin poder contra el viento,
y caiga de rodillas, será tan poca cosa...
su historia tan vulgar: un placer, una cuita,
que cabrá en las seis cuerdas de su guitarra,
y en los seis suspiros de una vidalita.
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